Es una realidad conocida por todos que el sector de la distribución en España está todavía muy atomizado. Muchas y pequeñas empresas que hoy, por la situación de crisis que vive el país, subsisten.

La distribución moderna no sólo se nutre de grandes cadenas con facturaciones que rondan o superan los 1.000 millones de euros. También hay pequeñas empresas, con ocho, diez o quince supermercados, que combaten en el día a día por atraer la atención del cliente y lograr que le compre a él y no a su competidor con escasos recursos.

Pero la crisis no amaina. Y los años pasan y cada vez es más difícil aguantar.

Así, y en este estado de cosas, sería aconsejable para estas empresas buscar vías para agruparse y establecer sinergias en centrales o plataformas de gestión, porque el futuro se presenta muy duro y habrá operadores de esta dimensión que de aquí a cinco años dificilmente podrán resistir. Son, además, empresas sin el volumen suficiente para poder formar parte de una gran central de compras tipo IFA o Euromadi, pero a las que resulta necesario (o debería serlo) agruparse para ganar en competitividad.

Cierto que es difícil aunar los intereses de todos ellos, muy divergentes. Y cierto que habrá que ver cuántos estarían dispuestos a incurrir en los costes derivados de adherirse a una hipotética central, toda vez que éstas se autofinancian en lo que se conoce como el pago centralizado. Sin embargo, el escaso margen de reinvención que tienen estas empresas provoca que éstas deberían asegurarse su futuro vía colaboración.

Agruparse o morir.