Los enfermos también comen
Sometido durante al menos cinco días a fiebres altas y pijama, el tiempo acaba cambiando de cara y de ritmo, las prioridades se simplifican y el buen sentido del humor traquetea oscurecido por las miserias propias del malestar.
-¿Qué te apetece comer?
-Nada
-¿Y beber?
-¡Nada tampoco!
-¡Has de tomar algo!
-¡Pues venga! Un sorbito de buena agua fresca.
Hasta pasadas 48 horas gracias a la ilusión de una cucharadita de Levité, redescubrí la maravilla de buenas uvas (pequeñas y fáciles de masticar), kiwis maduros que se deshacen al entrar en la boca o gustosas manzanas marlène.
¡Qué ignorancia la mía sobre lo que hubiese podido comer! ¡O incluso lo que me iba a ser beneficioso y a sentar bien! Y, sobre todo... ¡Qué falta de oferta tan brutal por parte de una industria alimentaria, que presume desde hace ya años de ir a caballo de lo 'nutracéutico'!
Ni oferta, ni raciones ni 'nadadená'.
Salvé los últimos días con unos zumos casi purés de Casa Ametller.
Ahí va mi reflexión útil, para todos: deberíamos pensar más en los enfermos, que son muchos -de consumo- para evitar la desconexión.
Y, por otra parte, mis gracias, además de a fruteros y verduleros, a aquellos otros que demuestran empezar a pensar en los 150.000 que cada día están en el hospital o en decenas de miles de residencias de ancianos y en los centenares de miles paralizados es sus hogares con achuchón.
Necesitamos oferta urgente -que apetezca- de packs de gripe, fiebre, de infarto, hepatitis o infección renal (es fácil acceder a las estadísticas de las enfermedades más frecuentes) y formación.
Geles, amiga, tienes más razón que una santa...