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EL observador

| Las malas formas no son rentables: desmotivan | -

Un nuevo post de Antonio Agustín sobre liderazgos y "cabronazgos".

Las malas formas no son rentables: desmotivan a los empleados
Las malas formas desmotivan al equipo.

Hablando de los despidos, en mi anterior post comentaba que son imperdonables las malas formas, que, una vez dadas las debidas explicaciones al afectado, podía quedar en toda lógica la rabia e impotencia de quien recibe la malísima noticia. A nadie en su sano juicio le gusta que le despidan. Con razón o sin ella. Y acababa diciendo también aquello de que el cabronazgo, que parece que impera más cada día, reside habitualmente en las personas y no en las empresas, salvo que lo fomenten y permitan.

Los hay que creen que pueden dirigirse a los demás con malos modos o con gritos, sin considerar que el tono desafiante, las palabrotas y el mal rollo son manifestaciones claramente criticables, a evitar e incluso punibles.

Dicho esto, no quisiera ser calificado de blandengue, bonifacio o inocente. Abogo simplemente por las buenas formas.

Mi experiencia

La verdad es que en mi familia imperaba el tono amable y más bien bajo, por lo que el mal rollo no lo he vivido en tierra propia. Ni siquiera de punta a punta de pasillo se daban gritos. A las horas de mesa y cuchillo aprendí de mis padres a hablar unos detrás de otros, sin interrumpir ni alzar apenas el tono de voz.

En el cole eran más habituales las broncas e insultos entre colegas e incluso algunas faltas de respeto de algunos profes hacia sus alumnos. ¿Mucho o poco? Vi varias sesiones de tortazos y gritos a capela que me impresionaron. Suficientes para criticarlos. Hoy son ya imposibles de transcribir.

El tono subió en el servicio militar. Me tocó. Fueron meses de obediencia debida con formas horribles, por no decir grotescas. Allí valía la mofa y la burla, y el grito estaba a la orden del día. Tanto es así que quien no comulgase con el estilo barriobajero pasaba a ser criticado automáticamente de cobardón y poco masculino.

En el mundo de los eventos deportivos, los gritos e insultos con voz elevada son comunes. También en la práctica deportiva y con alguna intensidad en la de equipos infantiles y juveniles asistidos por padres hinchas.

En la política, mejor nos ahorremos los comentarios. El mismo Parlamento está lleno de exabruptos y palabras broncas.

En el trabajo, en general, creo que se ha permitido y se permite el mal rollo sin demasiados problemas y, en contados casos, la mala educación institucional ha sido también marca de la casa a la hora de exigir, de reprender o de valorar.

Con este estado de cosas… ¿cómo es posible sustraerse a este peculiar estado que permite la bronca? ¿Soy pesimista? Que el lector se manifieste. ¿Impera la expresión soez y el estilo maleducado o más bien la amabilidad, la sonrisa y el auténtico interés por el prójimo?

Sea uno o no siervo, empleado o mandado, creo que sería muy bueno que nos propusiésemos todos frenar al abusón que ejerce esta forma de violencia tan antipática. Aunque nos dé pereza.

Una aplicación de lo que digo puede ser la siguiente: “En una ocasión, estando en la línea de un semáforo en rojo, decidí adelantarme con mi vehículo unos metros para poder leer la placa con el nombre de la calle. Al momento se me acercó un guardia de la urbana y me reprendió -con razón-, pero con mal modo. Gritando y afeando mi conducta con aquella música de papá está dispuesto a “perdonar la vida” de sus hijos pequeños… No pude resistir y le contesté: “Múlteme si quiere, pero no me riña”. Creo que incluso se me escapó un “Ud no tiene derecho a reñirme”.

Probablemente quien no ha conseguido la autoridad respecto a sus empleados o su equipo sea el que más recursos “fuera de madre” utiliza, sirviéndose de la alta voz, el grito despótico o las malas e irracionales formas de afear comportamientos ajenos, que amedrentan sí, pero acaban socavando el poder afianzado por ellas. Por otra parte, su uso frecuente hará que la relación con el “ofendido” se debilite progresivamente y sin solución, dañando inexorablemente la imprescindible y ansiada motivación que todas las empresas ansían.

Era un clásico francés quien decía que las buenas formas significaban disposición por el que las mostraba . “Si me levanto de la silla cuando viene una dama, imagínese lo que estaría dispuesto hacer en situaciones excepcionales…”

© Antonio Agustín para Food Retail & Service

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