El gran consumo se enfrenta a una tormenta perfecta. Inflación, coste de materias primas, crisis de suministro o una hiperregulación vía impuestos, que asfixia especialmente a los pequeños empresarios, pesan como una losa cuando el sector sale de un sobreesfuerzo brutal consecuencia de más de un año y medio de pandemia y desgaste.

Durante el 36º Congreso de Aecoc se han visto ganas. Ganas de crecer, ganas de mejorar y ganas de impulsar la tan necesaria recuperación económica. Pero también se ha visto cierta resignación. La de fabricantes y distribuidores que ven cómo se acerca un aluvión impositivo como la vaca que observa pasar el tren desde el prado. 

Innovación, sostenibilidad, digitalización... El sector cumple. Y gasta millones en hacerlo. Pero la Administración es voraz y siempre quiere más. Te pido que recicles, pero cuando lo haces te cambio la ley de envases y te responsabilizo de las latas que alguien ha dejado tiradas en la acera. Te pido innovación, pero promuevo una legislación para castigar tu nuevo producto, al que arbitrariamente voy a calificar como "comida basura". Toda una espiral de exigencia-castigo.

Hay que trabajar en la confianza del consumidor para desatascar esa bolsa de ahorro de la que hablaba Ignacio González, "la gran esperanza de nuestra economía", decía. Pero con castigos a las cuentas de fabricantes y distribuidores y al bolsillo del consumidor, ese objetivo se antoja imposible.

El gran consumo es un ejemplo de arrimar el hombro, pero no hay cuerpo que aguante eternamente que alguien le esté torciendo el brazo. Tal vez sea el momento de levantar la voz bien fuerte. Vienen turbulencias y no basta con poner el valor el sector, sino que quizá sea la hora de tener el valor de hacer valer -valga la redundancia- esa fuerza. 

El gran consumo ha demostrado que sabe "Estar. Estar. Y estar". Quizá haya llegado la hora de hacerse notar. Ignacio González ha cerrado el congreso con una idea relevante: "Somos demasiado importantes". Que se note.