La noticia más importante para el futuro de la humanidad está repetida por múltiples instituciones a nivel mundial. Según las estimaciones de diversos estudios, se necesita producir en los próximos 40-50 años más alimentos que en el acumulado de los últimos 10.000 años, y no parece que sepamos cómo hacerlo. Y esto es así, porque la población mundial aumentará en un 60% de aquí a 2050.
Desde la revolución verde, la falta de alimentos ha tenido más que ver con las condiciones de libertad, organización social y comercio de las sociedades humanas que con las capacidades productivas del planeta. Pero el fantasma malthusiano ha levantado la cabeza poniendo en duda la capacidad del planeta para proveer alimentos para todos.
Hasta ahora, habíamos evitado el desastre amparándonos en el modelo de la revolución verde. Los avances biotecnológicos que nos proporcionó, reforzados por la mecanización agraria, los agroquímicos, el comercio y la intensificación del uso de la tierra con el uso del agua, nos han llevado a una reducción histórica de la pobreza extrema y a la práctica eliminación de las hambrunas.
Sin embargo, el tren de la historia parece haberse detenido. No es que la producción de alimentos no siga creciendo, sino que parece que no va a poder seguir creciendo al ritmo que crece la población. Hay un claro declive del aumento de la productividad a escala mundial, y muy especialmente en los países pobres, que parece impedir su convergencia con las economías avanzadas en el medio y largo plazo.
Después de siglos de experimentación y progreso, los avances en productividad agrícola siguen siendo fundamentales para garantizar el bienestar humano básico, reducir la pobreza extrema, mantener la seguridad alimentaria y lograr la estabilidad social. Esta es la grandeza de la agricultura y la razón de su excepcionalidad como factor de poder geoestratégico. Y, cómo no, los gobiernos y grandes fuerzas que mueven los hilos de la historia están gravemente concernidos.
Hay una oleada de inversiones e investigación que persiguen repetir el milagroso esquema de la revolución verde. Pero, por si acaso, otras muchas cosas están sucediendo: acaparamiento de tierras de cultivo, control de inputs agrícolas esenciales (fertilizantes, semillas, etc.), creación de fondos de inversión multimillonarios para el negocio agrícola.
Después de siglos de experimentación y progreso, los avances en productividad agrícola siguen siendo fundamentales para garantizar el bienestar y mantener la seguridad alimentaria
Cuando escuchen los términos neoproteccionismo, vuelta al campo (neoruralización), soberanía alimentaria y Land Grabbing, sepan que las fuerzas de la historia se han desatado y no está garantizado que podamos comer lo que queramos mañana.
Ni que decir tiene que hay un vínculo inequívoco que liga a los nuevos retos medioambientales con el reto de lograr la sostenibilidad de los alimentos y la consecución de un futuro alimentario sostenible frente al cambio climático.
Importante cambio en la agricultura
Es de destacar que, en todo el mundo y durante las últimas décadas, se ha producido un importante cambio en la agricultura, que ha pasado de un crecimiento basado en los recursos a un crecimiento basado en la productividad.
Es decir, que en lugar de aumentar la producción agrícola mediante el incremento de la cantidad de tierra, agua y el uso de insumos, la mayor parte del crecimiento agrícola actual proviene del aumento de la productividad total de los factores de producción. Dicho de otro modo, los avances provienen de la eficiencia con la que se combinan estos insumos para producir el producto mediante el uso de tecnología y prácticas mejoradas.
Pero, cómo veíamos, el ritmo de este crecimiento, basado principalmente en eficiencia productiva, no parece ser capaz de contener las necesidades por el aumento previsto de la población. Y si la intensificación del uso de los recursos tampoco es la solución, ya que son finitos, ¿qué podemos hacer?

El sector es extraordinariamente dinámico, pero las innovaciones siguen siendo difíciles de implementar.
La tierra para uso agrícola está intrínsecamente limitada, al igual que el agua y otros insumos: y todo esto sin siquiera mencionar que una mayor expansión tiene una enorme huella medioambiental. Por otra parte, la mano de obra y el capital también parecen estar en umbrales de rendimientos decrecientes.
En todo el mundo y durante las últimas décadas, se ha producido un importante cambio en la agricultura, que ha pasado de un crecimiento basado en los recursos a un crecimiento basado en la productividad
Mientras tanto, las autoridades europeas han estado diseñando la PAC (Política Agraria Común) con un gran nuevo condicionante: la supeditación de la Política Agraria Común al Pacto Verde Europeo (European Green Deal). Es decir, que los objetivos tradicionales de la PAC (alimentos sanos, abundantes y baratos y mantenimiento de la renta agraria) se han de conseguir mediante unos requisitos previos: los objetivos medioambientales de Europa.
En marzo de 2020, se desvelaba finalmente la hoja de ruta de la Comisión Europea de este profundo cambio estratégico mediante lo que han dado en llamar estrategia From Farm to Fork. Una estrategia que incluía medidas a cumplir hasta 2030, como las de reducción del uso de pesticidas del 50% o la reducción del uso de fertilizantes del 20%.
No es sorprendente que las reacciones del lobby ecologista hayan sido favorables, mientras que las del lobby agrario, de gran preocupación. El sector agrario lleva un tiempo de protestas generalizadas en los principales países europeos debido a lo que se percibe como un agotamiento del modelo productivo actual y a la percepción de falta de apoyo público al sector.
El sector percibe que una elevación de los requisitos para cultivar provocará un incremento generalizado de costes que será incapaz de compensar con incrementos de productividad y que tampoco conseguirá trasladar, vía aumento de precios, al consumidor final.
Es decir, que cualquier nuevo requisito, que además no se aplica a la importación de países terceros, nos lleva a una crisis competitiva que compromete la supervivencia.
Si ya hemos convenido que la intensificación de los factores de producción ha limitado su aporte al incremento de productividad agrícola a escala mundial, ¿cómo va a conseguir la agricultura europea subsistir restringiendo el uso, en porcentajes enormes, de estos propios factores de producción?
Honestamente, no tengo una respuesta satisfactoria para la pregunta anterior. Parece que estamos abocados a confiar en que la maravillosa inventiva humana permita crear ese capital de conocimiento que nos lleve a nuevas ideas y tecnologías. Pero aún en este acto de fe en el futuro, Europa se ha quedado voluntariamente fuera del desarrollo legal de soluciones biotecnológicas basadas en los OGM (Organismos Genéticamente Modificados), aunque recientemente se vuelve a plantear la posible aprobación de las técnicas de edición genética (basadas en CRISPR o similar).
No todo son malas noticias
Pero no todo son malas noticias en el modelo europeo. La apuesta institucional se centra en prestar un apoyo financiero sin precedentes en la historia al desarrollo de la innovación y sus procesos de adopción. Algo de lo que el sector hortofrutícola puede beneficiarse enormemente, debido a sufrir en menor medida que otros sectores y regiones de la llamada paradoja de la innovación.
El concepto de paradoja de innovación está bien estudiado y recogido en numerosos estudios sectoriales. Básicamente se refiere al fenómeno mediante el cual las innovaciones técnicas y tecnológicas, aun demostrando o prometiendo altos retornos de inversión, no son finalmente adoptadas por los agricultores.
Si está tan claro que estas innovaciones van a beneficiar a los agricultores, ¿cómo es que no las adoptan? Los estudios sectoriales mencionan como sospechosos habituales a las dificultades financieras, los problemas de transferencia de conocimiento e información, los riesgos asociados a la adopción de nuevas prácticas, la dificultad de acceso a los mercados y un largo etcétera.
Es indiscutible que una gran parte de este fenómeno se debe a la resistencia al cambio y el miedo a lo desconocido. Sin embargo, en el sector hortofrutícola español y europeo, el fenómeno de paradoja de innovación no parece seguir los mismos parámetros. El sector está abierto a los cambios y es extraordinariamente dinámico, pero las innovaciones siguen siendo difíciles de implementar.
Mientras tanto, los consumidores gestionan las diversas crisis económicas e incertidumbres geopolíticas con un guión que ya conocemos bien y que desencadena su pérdida de confianza, la bajada del consumo y la reacción de los minoristas para no perder consumidores.
Como consecuencia de lo anterior, se erosionan los márgenes generales de la industria y la distribución, que difícilmente se consiguen compensar con crecimiento de ventas. Es una batalla para “perder lo menos posible” y, específicamente, para perder los menos consumidores posibles y la mínima reducción de cuota de mercado.
El problema es que esta crisis no parece ser como las anteriores. En muchos mercados parece haber alterado las reglas del juego y está obligando a los integrantes a cambiar su estrategia.
Polarización del mercado
Especialmente interesantes son los ejemplos de polarización del mercado. Este es un fenómeno que ya se anticipaba en numerosos estudios de mercado y que empieza a ser clave para la supervivencia de la distribución (y resto de integrantes de la cadena de valor), debido al cambio drástico de comportamiento de los consumidores.

Una mayoría de consumidores ha dejado de encontrar "valor" en productos de gran consumo que tiene disponibles todo el año.
Estos estudios anticipaban la desaparición de la clase media como grupo de interés prioritario. No es que la clase media vaya a desaparecer, sino que, en buena medida, ha desaparecido su comportamiento típico de consumo.
Una mayoría de consumidores ha dejado de encontrar “valor” (valorar) en productos de gran consumo que tiene disponibles todo el año y, por lo tanto, está orientada a comprarlos lo más barato posible. Mientras, otra parte de los consumidores está dispuesta a pagar más, pero solo por aquellos productos que le proporcionen características (beneficios) racionales y emocionales. Esta es la bipolaridad: o “extremadamente barato” o “producto Premium”.
La clase media ha mutado en su comportamiento de consumo: o bien se comportan como consumidores orientados a los productos básicos (precios bajos), o bien se decantan por el Premium
La distribución generalista, tradicionalmente, se ha centrado, como es lógico, en atender al gran grupo de consumidores del mercado, la clase media. Pero como decíamos, esta clase media, sin desaparecer, ha mutado en su comportamiento de consumo. O bien se comportan como consumidores orientados a los productos básicos (precios bajos), o bien se decantan por el Premium (marca, calidad, convenience, local, orgánicos, fair trade, etc.).
Las cadenas generalistas están tremendamente presionadas, mientras que tanto la distribución orientada a la alimentación de alto nivel como los del bajo coste (discounters) sorprenden en la crisis con crecimientos muy significativos.
Obligados a elegir estrategia
Como se ve, las implicaciones de este cambio son cruciales para la distribución y no lo son menos para los productores. En gran medida nos obliga a elegir estrategia. O bien producimos commodities a precios cada vez más bajos, o encontramos las características que los consumidores van a valorar en los productos que comercializamos.
En definitiva, nos queda aferrarnos a un dinámico sector donde la paradoja de innovación es muy inferior a la del resto del mundo, a la posibilidad de colaborar en la cadena de valor para buscar la multiplicidad de eficiencias compartidas y a la enorme palanca financiera propiciada por los fondos europeos que, eso sí, deben cumplir los dos primeros condicionantes.
Estas son las reglas de juego que parece que tenemos que afrontar en los años venideros y sus consecuencias deberemos analizarlas en base a las posibilidades de supervivencia de la empresa hortofrutícola desde su rentabilidad.
También quedará apelar al compromiso de los consumidores europeos con sus agricultores y al valor de las soluciones locales, flexibles y rápidas en un entorno de apertura a la globalización. En cualquier caso, nos tocará, hoy más que nunca, saber diagnosticar y adoptar soluciones para sobrevivir en este choque de realidades.
David del Pino
(*) Este artículo está incluido en el Anuario Frutas y Hortalizas 2026 de FRS Food Retail & Service, una obra exclusiva que ha sido posible gracias al patrocinio de Anecoop, Nufri, Orri, Patatas Meléndez y Zespri, y con el apoyo de otras empresas anunciantes.
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