Durante décadas, el hipermercado representó el paradigma de las grandes compras. Espacios amplios en la periferia urbana, con miles de referencias y la promesa de encontrarlo todo en un solo lugar fueron el corazón de la distribución moderna. Sin embargo, ese modelo lleva años mostrando signos de agotamiento frente al auge de formatos más pequeños y cercanos. El consumidor ya no quiere desplazarse grandes distancias ni dedicar tanto tiempo a llenar la despensa. Hoy, prima la conveniencia.
En este contexto, los supermercados de barrio ganaron terreno gracias a su proximidad, agilidad y capacidad de respuesta. Pero el sector no se detiene: tras el declive de los hipermercados, parece asomar un nuevo cambio estructural. El formato que empieza a consolidarse como ganador no es solo el supermercado, sino una evolución más específica de este: el supermercado de surtido corto.
Menos es más: el auge del surtido eficiente
El surtido corto no es sinónimo de escasez, sino de selección inteligente. Se trata de tiendas con un número significativamente menor de referencias, pero cuidadosamente escogidas para satisfacer las necesidades esenciales de los consumidores, priorizando la rotación, el precio y la disponibilidad.
Modelos como el de Aldi, Lidl o, más recientemente, Mercadona —que ha ido reduciendo sus referencias de forma estratégica— han demostrado que reducir opciones puede ser una ventaja competitiva. Al concentrarse en un catálogo limitado, el retailer puede mejorar las condiciones de compra con proveedores, optimizar la logística, reducir el desperdicio, ajustar el stock y, sobre todo, mejorar la productividad del personal en tienda.
Una barrera más alta para los fabricantes
Este cambio de modelo también plantea un nuevo reto para la industria de gran consumo. En un entorno donde cada metro del lineal es evaluado por su rentabilidad y aporte directo al cliente, introducir nuevos productos se vuelve más difícil que nunca. La máxima que impera es clara: "Si no aportas, no importas".
Los responsables de surtido de las cadenas priorizan referencias que generen volumen, frecuencia de compra o diferenciación clara. Ya no hay espacio para la innovación sin propósito ni para productos que solo buscan cubrir nichos poco rentables. El lineal es ahora un recurso escaso y estratégico, y cualquier nuevo artículo debe demostrar con datos que aporta valor al consumidor, incrementa la rotación o fideliza.
Esto exige a los fabricantes replantear su enfoque: menos lanzamientos, pero más estratégicos; propuestas que respondan a necesidades reales del cliente, no solo a la presión de lanzar por lanzar. Para muchos, será necesario adaptarse a una nueva lógica de mercado donde la calidad de la innovación pesa más que la cantidad.
Un modelo con lógica económica
En un entorno de inflación persistente y presión sobre los márgenes, este formato ofrece una respuesta clara: operaciones más ligeras, costes más bajos y precios más atractivos. Al eliminar duplicidades y centrarse en lo esencial, se consigue una mejor gestión de recursos, desde el espacio hasta el tiempo de los trabajadores. Menos productos en estantería también significa menos necesidad de reposición, menos errores y más eficiencia operativa.
El cliente, por su parte, parece valorar cada vez más una experiencia de compra directa, sin saturación de estímulos ni una excesiva variedad que puede resultar abrumadora. Saber que en un mismo lugar encontrará los básicos al mejor precio se convierte en un factor de fidelización clave.
¿Es el fin de la abundancia?
Este nuevo paradigma no significa que desaparezcan por completo los formatos con amplios catálogos. Siempre existirá un nicho para la especialización, la diferenciación y la experiencia gourmet. Pero en la batalla por la frecuencia de compra semanal y la cuota de mercado, el supermercado de surtido corto parece tener la delantera. Y no solo por razones económicas, sino por su capacidad de adaptarse a un consumidor que busca eficiencia, precio y proximidad.
En definitiva, tras el auge del 'todo bajo un mismo techo' y el retorno al barrio, el retail alimentario parece entrar ahora en la era del 'menos, pero mejor'. Una evolución natural, pero también una revolución silenciosa.